Bueno, mañana comienza para mi la Navidad, ya que este año no he podido disfrutar de la añorada festividad de Santo Tomás por las húmedas calles donostiarras impregnadas de su aroma a sidra y txistorra. Mañana abandonaré la capital del Reino para dirigirme a mi ciudad natal, Potatocity, la capital de las Tierras Bárbaras del Norte.
Existe un manido y tópico debate sobre la Navidad, ya sabéis, esa clásica pregunta de si a uno le gusta o no le gusta la Navidad. Es un debate estéril y sin ningún futuro, ingredientes más que suficientes como para que un estudiante de Filosofía se interese por él. A mi la Navidad me gusta, sí, me gusta. Es todo enormemente falso, pero... ¿qué no lo es? Es como un truco de magia o una representación a gran escala, una especie de alucinación colectiva en cuyo centro situamos a los más pequeños, que son los auténticos protagonistas de la fiesta. Los niños no son tontos, y aunque sean muy pequeños ya se huelen que en el mundo la magia no funciona así como así, especialmente porque todavía no han oído hablar de las facultades de Filosofía. Sin embargo, si se ven inmersos en semejante representación sienten que están viviendo algo excepcional, que raya con lo fantástico. Unos Reyes Magos con dos mil años de antigüedad que vienen del lejano oriente... es algo bastante estimulante si tienes seis años, la verdad. Y todos parecen (parecemos) empeñados en guardar celosamente "el secreto". Me encantan los telediarios cuando dan la noticia de la llegada de Sus Majestades, salvando lo cutre, ¿no es curioso que la gran representación, mediante un acuerdo no escrito pero suscrito entre todos, llegue tan lejos? Además no es una época banal como el verano, no... Hace frío, es todo más oscuro, anochece mucho antes, nieva... Es un ambiente muy emocionante. Siempre me ha gustado la Navidad, pero ahora la veo todavía más atractiva, me hace más ilusión cada vez. En otro post os explicaré por qué, tiene que ver con un libro titulado "El Arte, conversaciones imaginarias con mi madre", ya os hablaré más adelante de él. Y como señala su autor, Juanjo Sáez, la Navidad sólo es consumista para quien lo quiere así: "Todo lo que no puedas crear, lo has de comprar... Sean creativos y ahorrarán dinero".
Pero no sería justo no reconocer que la Navidad también puede ser una época muy negra del año. La Navidad puede sacar lo peor que anida en nosotros. Y no sólo porque El Corte Inglés intente lucrarse a base de violar ilusiones infantiles contra el callejón del Mercado. No. Entre ayer y hoy tres personas se han tirado a la vía aquí en Madrid. En Navidad aumentan los suicidios, es así de triste. Claro que la Navidad puede ser fantástica si todo te va bien, tienes gente que te quiere alrededor, y además andas holgado como para darte un par de caprichos a ti y a quien tienes al lado. Pero en Navidad no desaparecen los drogadictos, los mendigos, los parados de larga duración, las familias que no pueden afrontar los gastos, los mayores que están solos, las inmigrantes obligadas a prostituirse, los maltratadores, los niños que no tendrán Reyes, los niños que no tendrán padres, o los niños que mejor que no tuvieran padres como los que tienen. Y los Reyes serán Magos, pero no curan el cáncer. Ni siquiera a los niños.
Y aún sin llegar a estos puntos, en Navidad afloran nostalgias y rencores, hay huecos en las mesas familiares que duelen mucho. Pueden doler mucho los que se han ido, o pueden doler todavía más los que no han venido. Hay quien odia la Navidad porque nunca la ha disfrutado, y quien la odia más todavía porque la disfrutó en su día, pero aquello se rompió como sólo una vida puede llegar a romperse. Hay familias desgarradas que obligan a elegir a quién quieres más, consiguiendo sólo que seamos arrojados al pelotón de los descreídos. En Navidad también se sufre, claro, tal vez más que en ningún otro momento. Por la misma razón que hace que en Navidad podamos disfrutar más que en ningún otro momento.
Yo por mi parte intentaré disfrutarlas, seguro que me ayudan mucho mis primos pequeños, que todavía se quedan embobados mirando los adornos del árbol. Quién pudiera. Bueno, igual sólo es cuestión de ponerse a ello.
Feliz Navidad a todos.
Existe un manido y tópico debate sobre la Navidad, ya sabéis, esa clásica pregunta de si a uno le gusta o no le gusta la Navidad. Es un debate estéril y sin ningún futuro, ingredientes más que suficientes como para que un estudiante de Filosofía se interese por él. A mi la Navidad me gusta, sí, me gusta. Es todo enormemente falso, pero... ¿qué no lo es? Es como un truco de magia o una representación a gran escala, una especie de alucinación colectiva en cuyo centro situamos a los más pequeños, que son los auténticos protagonistas de la fiesta. Los niños no son tontos, y aunque sean muy pequeños ya se huelen que en el mundo la magia no funciona así como así, especialmente porque todavía no han oído hablar de las facultades de Filosofía. Sin embargo, si se ven inmersos en semejante representación sienten que están viviendo algo excepcional, que raya con lo fantástico. Unos Reyes Magos con dos mil años de antigüedad que vienen del lejano oriente... es algo bastante estimulante si tienes seis años, la verdad. Y todos parecen (parecemos) empeñados en guardar celosamente "el secreto". Me encantan los telediarios cuando dan la noticia de la llegada de Sus Majestades, salvando lo cutre, ¿no es curioso que la gran representación, mediante un acuerdo no escrito pero suscrito entre todos, llegue tan lejos? Además no es una época banal como el verano, no... Hace frío, es todo más oscuro, anochece mucho antes, nieva... Es un ambiente muy emocionante. Siempre me ha gustado la Navidad, pero ahora la veo todavía más atractiva, me hace más ilusión cada vez. En otro post os explicaré por qué, tiene que ver con un libro titulado "El Arte, conversaciones imaginarias con mi madre", ya os hablaré más adelante de él. Y como señala su autor, Juanjo Sáez, la Navidad sólo es consumista para quien lo quiere así: "Todo lo que no puedas crear, lo has de comprar... Sean creativos y ahorrarán dinero".
Pero no sería justo no reconocer que la Navidad también puede ser una época muy negra del año. La Navidad puede sacar lo peor que anida en nosotros. Y no sólo porque El Corte Inglés intente lucrarse a base de violar ilusiones infantiles contra el callejón del Mercado. No. Entre ayer y hoy tres personas se han tirado a la vía aquí en Madrid. En Navidad aumentan los suicidios, es así de triste. Claro que la Navidad puede ser fantástica si todo te va bien, tienes gente que te quiere alrededor, y además andas holgado como para darte un par de caprichos a ti y a quien tienes al lado. Pero en Navidad no desaparecen los drogadictos, los mendigos, los parados de larga duración, las familias que no pueden afrontar los gastos, los mayores que están solos, las inmigrantes obligadas a prostituirse, los maltratadores, los niños que no tendrán Reyes, los niños que no tendrán padres, o los niños que mejor que no tuvieran padres como los que tienen. Y los Reyes serán Magos, pero no curan el cáncer. Ni siquiera a los niños.
Y aún sin llegar a estos puntos, en Navidad afloran nostalgias y rencores, hay huecos en las mesas familiares que duelen mucho. Pueden doler mucho los que se han ido, o pueden doler todavía más los que no han venido. Hay quien odia la Navidad porque nunca la ha disfrutado, y quien la odia más todavía porque la disfrutó en su día, pero aquello se rompió como sólo una vida puede llegar a romperse. Hay familias desgarradas que obligan a elegir a quién quieres más, consiguiendo sólo que seamos arrojados al pelotón de los descreídos. En Navidad también se sufre, claro, tal vez más que en ningún otro momento. Por la misma razón que hace que en Navidad podamos disfrutar más que en ningún otro momento.
Yo por mi parte intentaré disfrutarlas, seguro que me ayudan mucho mis primos pequeños, que todavía se quedan embobados mirando los adornos del árbol. Quién pudiera. Bueno, igual sólo es cuestión de ponerse a ello.
Feliz Navidad a todos.
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