Castoriadis plantea una pregunta sobre el arte como vis formandi, como creación ex nihilo y como forma sobre fondo. Una forma de cosmos y un fondo de caos. El caos y el cosmos, desorden y orden, se entremezclan dentro de la gran obra de arte, son indisociables pero pertenecen a esferas distintas. La obra se sustenta y se erige sobre el caos, pero como forma que es exige un orden, es la materialización de un cosmos. De esta forma el arte consigue reunir a dos aparentes opuestos, dos contrarios como son el caos y el cosmos. En el mismo punto aparentemente inalcanzable en el que caos y cosmos se tocan, ahí exactamente tiene lugar la obra de arte, edificándose sobre ese mismo punto, sobre el nexo de unión entre estos dos conceptos aparentemente antagónicos.
La gran creación, la gran obra de arte, no puede sustentarse sobre la simple idea del arte como mímesis, como apropiación de lo ya existente. Castoriadis señala que la obra de arte no imita realmente a nada, sino que crea ex nihilo, ya que la esencia del arte descansa sobre la experiencia de lo nuevo, de lo no experimentado antes. Es por ello que la mímesis pura y dura no tiene lugar en la gran obra de arte, ya que esta gran obra de arte crea un imaginario nuevo, define nuevos límites y marca nuevos sentidos. Este proceso de creación no puede tener lugar si no es ex nihilo, es decir, si tan solo se limitara a reproducir lo ya dado. Aunque toda creación tome elementos de la realidad, siempre los toma como materia, pero la forma es siempre nueva, portadora de nuevos sentidos, dislocando los ya existentes. Es aquí donde entra en juego la idea de poièsis, de creación. Castoriadis indica que el propio Platón afirmaba en El Banquete que la poièsis es hacer pasar algo del no-ser al ser.
Castoriadis se fija especialmente en la tragedia griega como máximo exponente de esta poièsis, y afirma que la gran obra de arte es, realmente, cerrada, no requiere de nada más, está clausurada sobre sí misma, es un cosmos completo. Ante una gran obra de arte el placer que experimentamos es diferente de cualquier otro, porque no va acompañado de deseo, simplemente se basta por sí solo. Es una satisfacción desinteresada, tomando palabras de Kant. Castoriadis se remite nuevamente a la tragedia griega. Por encima de cualquier otro género, la tragedia está ya prefigurada, el espectador ya sabe lo que va a pasar, no existe la tensión proveniente de la curiosidad sobre cómo tendrá lugar el desenlace. Los protagonistas trágicos no son autores de sus destinos, sólo actores de los mismos. ¿Y cuál es entonces la finalidad de la gran creación artística? Castoriadis recurre a Aristóteles. El fin es un fin purificador, casi médico, es la idea de “katharsis”, una depuración de las pasiones. Para Castoriadis el arte nos da la impresión de acceder a la verdad del ser humano, pero se pregunta: “¿Qué verdad?”
Es aquí donde toma sentido la “ventana sobre el caos”. Este es el papel de la obra de arte, el de ser una ventana sobre el caos, una manera de asomarse al abismo, acercarse a algo que es difícil definir con palabras, que sólo se puede “mostrar”, pero no “demostrar”, como decía Wittgenstein. Castoriadis vuelve a la “Katharsis”, a un afecto indescriptible y específico. La gran obra de arte supone enfrentarse con un abismo en el cual se han entrecruzado infinitas posibilidades de forma. Esta infinitud del sentido es la que garantiza que la “muerte del arte” que ya anunciara Hegel no es posible, no pueden darse las condiciones necesarias para que el arte “muera”. Hablar de la muerte del arte es, de este modo, una contradicción en los términos, es como hablar del límite de lo infinito, o mejor dicho, de lo indefinido, ya que ni siquiera estamos hablando de algo que pueda ser cuantificado y medido.
Las bases sobre las que se apoya el sentido de una obra de arte no son plenamente racionales. La famosa máxima hegeliana de “todo lo racional es real, todo lo real es racional” no tiene sentido dentro de los parámetros de la estética, y si esta máxima tuviera vigencia real, el propio Hegel ni siquiera la podría haber formulado, ya que se hubiera limitado a sí mismo como el creador de pensamiento que él mismo era; el propio “cosmos”, el orden, estaría clausurado sobre sí mismo, inamovible y estático, sin dejar ni un solo resquicio a la creación, a la poièsis. Como señalaba Castoriadis en su texto “tiempo y creación”, precisamente porque no existe una voz que clama tras las nubes ni un lenguaje del Ser, podemos hablar de voces que claman tras las nubes y de lenguajes del Ser.