Rebuscando por las entrañas de mi ordenador me he encontrado con el discursito que os eché a los que tuvisteis la excéntrica idea de aparecer por aquel legendario Ciclo de Cine y Filosofía 2006-2007 cuando se proyectó Miedo y Asco en Las Vegas, y me he dicho. "Hala, un pedazo post gratis por la cara." Aquí os lo dejo.
"Lejos de mí la idea de recomendar al lector drogas,
alcohol, violencia y demencia. Pero debo confesar que, sin todo esto, yo no sería nada".
alcohol, violencia y demencia. Pero debo confesar que, sin todo esto, yo no sería nada".
Hunter S. Thompson
En primer lugar, es importante advertir que “Miedo y asco en Las Vegas” es una película muy poco convencional, que puede producir desde admiración hasta un incondicional rechazo, aunque en cualquier caso se trata de un experimento cinematográfico muy interesante, y sólo por ello merece la pena. Se trata de una adaptación del libro homónimo, a medio camino entre la novela y el reportaje, escrito por el periodista Hunter S. Thompson en 1971, en el cual el autor describe su propia experiencia durante una desmadrada estancia en Las Vegas caracterizada por un abuso exagerado y constante de prácticamente todas las drogas conocidas.
El director encargado de adaptar esta obra de culto de la contracultura de los 70 es el ex-Monty Python Terry Gilliam, creador de filmes especialmente imaginativos y originales, tales como Brazil, Las aventuras del barón Münchhausen, o 12 Monos. Es destacable el hecho de que la película se realizara sabiendo desde el primer momento que sería un estrepitoso fracaso comercial, y el propio Gilliam afirma que su propósito era hacer "algo negativo, horrible y que fuera garantía segura para que nadie fuera al cine". Esto ya nos da una idea del ambiente absurdo y autodestructivo que va a acompañar a toda la narración.
La película se sitúa en 1971, los ideales del Flower Power decaían y se marchitaban a la par que la conservadora sociedad norteamericana parecía horrorizarse más por los crímenes de la familia Manson que por los cometidos por su gobierno en Vietnam. El protagonista de la historia es Raoul Duke, alter ego de Hunter S. Thompson, interpretado por Johnny Depp, acompañado de su abogado y compañero de juerga Oscar Z Acosta, alias Doctor Gonzo, interpretado por Benicio del Toro. La película se desarrolla siempre desde el punto de vista de Duke, y de hecho durante gran parte de la película vamos escuchando sus pensamientos a modo de voz en off. El director pone especial empeño en conseguir transmitir al espectador la sensación de los diversos estados alterados de conciencia que va sufriendo Duke según experimenta con las drogas. Esta es posiblemente la película en la que la droga aparece de forma más abundante y explícita, y a la vez de forma más amoral, sin absolutamente ningún juicio sobre ella, ni en contra ni a favor.
Toda la película tiene una ambientación extraña, de comedia negra, absurda y bizarra, de humor malsano, que nos acaba llevando a la acertada conclusión de que en el fondo se trata de un drama muy pesimista. Pero no de un drama sobre los personajes concretos del film, sino sobre el triste y frío final de la década de los sesenta, desprovista de sus ideales y objetivos, y ahogada en toda su droga como única vía de escape. La propia voz en off de Duke se encarga de mostrarnos frecuentemente el tremendo desengaño de los ideales de los sesenta, con expresiones como “la expansión de la mente era una mentira”, “soy una víctima de la explosión del LSD”, “soy un subproducto del verano del amor”, “todo era mentira”...
La idea de fondo es que una generación entera se sentía traicionada al descubrir que no se había cambiado nada y que se habían dejado llevar por una pseudofilosofía espiritual que sólo había servido en la práctica para autojustificar el consumo generalizado de drogas. Pero es una decepción con un cierto punto de heroísmo, de derrotismo nostálgico al sentir que al menos se había intentado y que fue una época de tremenda ruptura con lo pasado, y por ello en ningún momento hay arrepentimiento alguno.
Así, los protagonistas de “miedo y asco...” encarnan la muerte de las ideologías, sustituyéndolas por un nihilismo hedonista y autodestructivo como única respuesta lógica. Esto queda aún más patente al tener como escenario la artificial ciudad de Las Vegas, encarnando el vacío y superficial sueño americano, mientras Duke y Dr Gonzo, sumergidos en las drogas y desprovistos de cualquier respeto hacia sí mismos y la gente que les rodea, se liberan y se degradan de forma paralela y progresiva, entrando en la postmodernidad a lo bestia y sin frenos, o al menos sin voluntad de usarlos.
Un último consejo, es preferible no darle demasiadas vueltas al argumento intentando comprender qué es lo que tienen que hacer concretamente los protagonistas en Las Vegas, ya que es algo bastante secundario con respecto al propósito de la película. Ante esta obra es preferible aparcar la racionalidad y dejarse llevar.
El director encargado de adaptar esta obra de culto de la contracultura de los 70 es el ex-Monty Python Terry Gilliam, creador de filmes especialmente imaginativos y originales, tales como Brazil, Las aventuras del barón Münchhausen, o 12 Monos. Es destacable el hecho de que la película se realizara sabiendo desde el primer momento que sería un estrepitoso fracaso comercial, y el propio Gilliam afirma que su propósito era hacer "algo negativo, horrible y que fuera garantía segura para que nadie fuera al cine". Esto ya nos da una idea del ambiente absurdo y autodestructivo que va a acompañar a toda la narración.
La película se sitúa en 1971, los ideales del Flower Power decaían y se marchitaban a la par que la conservadora sociedad norteamericana parecía horrorizarse más por los crímenes de la familia Manson que por los cometidos por su gobierno en Vietnam. El protagonista de la historia es Raoul Duke, alter ego de Hunter S. Thompson, interpretado por Johnny Depp, acompañado de su abogado y compañero de juerga Oscar Z Acosta, alias Doctor Gonzo, interpretado por Benicio del Toro. La película se desarrolla siempre desde el punto de vista de Duke, y de hecho durante gran parte de la película vamos escuchando sus pensamientos a modo de voz en off. El director pone especial empeño en conseguir transmitir al espectador la sensación de los diversos estados alterados de conciencia que va sufriendo Duke según experimenta con las drogas. Esta es posiblemente la película en la que la droga aparece de forma más abundante y explícita, y a la vez de forma más amoral, sin absolutamente ningún juicio sobre ella, ni en contra ni a favor.
Toda la película tiene una ambientación extraña, de comedia negra, absurda y bizarra, de humor malsano, que nos acaba llevando a la acertada conclusión de que en el fondo se trata de un drama muy pesimista. Pero no de un drama sobre los personajes concretos del film, sino sobre el triste y frío final de la década de los sesenta, desprovista de sus ideales y objetivos, y ahogada en toda su droga como única vía de escape. La propia voz en off de Duke se encarga de mostrarnos frecuentemente el tremendo desengaño de los ideales de los sesenta, con expresiones como “la expansión de la mente era una mentira”, “soy una víctima de la explosión del LSD”, “soy un subproducto del verano del amor”, “todo era mentira”...
La idea de fondo es que una generación entera se sentía traicionada al descubrir que no se había cambiado nada y que se habían dejado llevar por una pseudofilosofía espiritual que sólo había servido en la práctica para autojustificar el consumo generalizado de drogas. Pero es una decepción con un cierto punto de heroísmo, de derrotismo nostálgico al sentir que al menos se había intentado y que fue una época de tremenda ruptura con lo pasado, y por ello en ningún momento hay arrepentimiento alguno.
Así, los protagonistas de “miedo y asco...” encarnan la muerte de las ideologías, sustituyéndolas por un nihilismo hedonista y autodestructivo como única respuesta lógica. Esto queda aún más patente al tener como escenario la artificial ciudad de Las Vegas, encarnando el vacío y superficial sueño americano, mientras Duke y Dr Gonzo, sumergidos en las drogas y desprovistos de cualquier respeto hacia sí mismos y la gente que les rodea, se liberan y se degradan de forma paralela y progresiva, entrando en la postmodernidad a lo bestia y sin frenos, o al menos sin voluntad de usarlos.
Un último consejo, es preferible no darle demasiadas vueltas al argumento intentando comprender qué es lo que tienen que hacer concretamente los protagonistas en Las Vegas, ya que es algo bastante secundario con respecto al propósito de la película. Ante esta obra es preferible aparcar la racionalidad y dejarse llevar.
1 comentario:
Una crítica cojonuda, creo que es lo mejor que se puede escribir de esa película. Por cierto, me encanta esa película, y me uno a Holden para recomendarla a cualquiera.
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