viernes, 21 de diciembre de 2007

Navidad

Bueno, mañana comienza para mi la Navidad, ya que este año no he podido disfrutar de la añorada festividad de Santo Tomás por las húmedas calles donostiarras impregnadas de su aroma a sidra y txistorra. Mañana abandonaré la capital del Reino para dirigirme a mi ciudad natal, Potatocity, la capital de las Tierras Bárbaras del Norte.

Existe un manido y tópico debate sobre la Navidad, ya sabéis, esa clásica pregunta de si a uno le gusta o no le gusta la Navidad. Es un debate estéril y sin ningún futuro, ingredientes más que suficientes como para que un estudiante de Filosofía se interese por él. A mi la Navidad me gusta, sí, me gusta. Es todo enormemente falso, pero... ¿qué no lo es? Es como un truco de magia o una representación a gran escala, una especie de alucinación colectiva en cuyo centro situamos a los más pequeños, que son los auténticos protagonistas de la fiesta. Los niños no son tontos, y aunque sean muy pequeños ya se huelen que en el mundo la magia no funciona así como así, especialmente porque todavía no han oído hablar de las facultades de Filosofía. Sin embargo, si se ven inmersos en semejante representación sienten que están viviendo algo excepcional, que raya con lo fantástico. Unos Reyes Magos con dos mil años de antigüedad que vienen del lejano oriente... es algo bastante estimulante si tienes seis años, la verdad. Y todos parecen (parecemos) empeñados en guardar celosamente "el secreto". Me encantan los telediarios cuando dan la noticia de la llegada de Sus Majestades, salvando lo cutre, ¿no es curioso que la gran representación, mediante un acuerdo no escrito pero suscrito entre todos, llegue tan lejos? Además no es una época banal como el verano, no... Hace frío, es todo más oscuro, anochece mucho antes, nieva... Es un ambiente muy emocionante. Siempre me ha gustado la Navidad, pero ahora la veo todavía más atractiva, me hace más ilusión cada vez. En otro post os explicaré por qué, tiene que ver con un libro titulado "El Arte, conversaciones imaginarias con mi madre", ya os hablaré más adelante de él. Y como señala su autor, Juanjo Sáez, la Navidad sólo es consumista para quien lo quiere así: "Todo lo que no puedas crear, lo has de comprar... Sean creativos y ahorrarán dinero".

Pero no sería justo no reconocer que la Navidad también puede ser una época muy negra del año. La Navidad puede sacar lo peor que anida en nosotros. Y no sólo porque El Corte Inglés intente lucrarse a base de violar ilusiones infantiles contra el callejón del Mercado. No. Entre ayer y hoy tres personas se han tirado a la vía aquí en Madrid. En Navidad aumentan los suicidios, es así de triste. Claro que la Navidad puede ser fantástica si todo te va bien, tienes gente que te quiere alrededor, y además andas holgado como para darte un par de caprichos a ti y a quien tienes al lado. Pero en Navidad no desaparecen los drogadictos, los mendigos, los parados de larga duración, las familias que no pueden afrontar los gastos, los mayores que están solos, las inmigrantes obligadas a prostituirse, los maltratadores, los niños que no tendrán Reyes, los niños que no tendrán padres, o los niños que mejor que no tuvieran padres como los que tienen. Y los Reyes serán Magos, pero no curan el cáncer. Ni siquiera a los niños.

Y aún sin llegar a estos puntos, en Navidad afloran nostalgias y rencores, hay huecos en las mesas familiares que duelen mucho. Pueden doler mucho los que se han ido, o pueden doler todavía más los que no han venido. Hay quien odia la Navidad porque nunca la ha disfrutado, y quien la odia más todavía porque la disfrutó en su día, pero aquello se rompió como sólo una vida puede llegar a romperse. Hay familias desgarradas que obligan a elegir a quién quieres más, consiguiendo sólo que seamos arrojados al pelotón de los descreídos. En Navidad también se sufre, claro, tal vez más que en ningún otro momento. Por la misma razón que hace que en Navidad podamos disfrutar más que en ningún otro momento.

Yo por mi parte intentaré disfrutarlas, seguro que me ayudan mucho mis primos pequeños, que todavía se quedan embobados mirando los adornos del árbol. Quién pudiera. Bueno, igual sólo es cuestión de ponerse a ello.

Feliz Navidad a todos.

Uzumakiiiiiiii...

Ahora toca una de cómics, más concretamente manga. Que conste que no sólo no soy un experto, sino que este es el único manga completo que he leído en mi vida. Su título es "Uzumaki", que significa "espiral", y lo cierto es que no es muy conocido por estos lares a pesar de tener ya unos cuantos añitos. Su autor se llama Junji Ito, y en cuanto llevemos unas pocas páginas leídas nos daremos cuenta de que este hombre es un depravado, un desviado mental que se dedica a dibujar sólo para intentar exorcizarse a si mismo, y que tiene una imaginación que da muchísimo mal rollo. El manga en cuestión pertenecería al género del terror, recordando un poco a Lovecraft pero con más dosis de elementos obsesivos, grotescos y perturbadores. El argumento puede parecer un poco absurdo si se ve desde fuera, básicamente se trata de un pequeño pueblo japonés en el que la gente empieza a obsesionarse con las espirales hasta límites enfermizos y autodestructivos. Precisamente es lo absurdo y lo simple de la premisa el principal aliciente de la obra. El manga se desarrolla en unas cuantas historias que funcionan más o menos de forma independiente, unidas únicamente por su protagonista (una adolescente un poco inocente) y por la omnipresencia continua de las espirales. Lo destacable de este manga es que sigue sus propias reglas. ¿Qué quiere decir esto? En el género del terror hay una serie de reglas no escritas tras las cuales el lector puede refugiarse, como por ejemplo que el protagonista lo pasará mal pero generalmente acabará salvándose, que con figuras infantiles no se traspasarán ciertas barreras, o que se respetarán ciertos tabúes sexuales. El autor de Uzumaki se pasa todo esto por el arco de triunfo. En Uzumaki podemos encontrar menores de edad del mismo sexo que tienen relaciones sexuales al tiempo que se van transformando en criaturas horribles, o bebés con los que el autor hace auténticas salvajadas, como abrir a sus madres para volverlos a meter dentro y coserlos. Pero no es gore por gore, ni violencia por violencia, eso es lo "interesante", que el autor recrea un mundo en el que sólo él marca sus reglas, y en el que estas situaciones contribuyen al in crescendo obsesivo de toda la obra, estructurado en forma de espiral, en la que la protagonista, junto con todo el pueblo, se va condenando cada vez más.

Es una historia muy interesante, y yo os la recomiendo encarecidamente, pero eso sí, tiene momentos delicados para algunos estómagos sensibles. Desde que llegó este manga a mis manos tengo arcadas cada vez que veo un plato de caracoles, si lo leéis entenderéis por qué. El que avisa no es traidor.

Sueño 21-12-2007

He descubierto una fuente eterna de posts. He decidido que voy a empezar a contar los sueños que tengo cada noche. Bueno, siempre que me acuerde, claro. Doy fe (¿Fe?¡Fe!) de que todo lo que se diga aquí será realmente lo que recuerde que ha pasado por mi enfermiza cabeza durante las horas de feliz descanso nocturno. Todo esto viene a raíz de que el sueño que he tenido hoy me ha impactado. Todo lo que viene a continuación es verídico.

Comienzo a ver la película "infiltrados" (película que NO he visto, ni sé de qué va). En medio de los rascacielos que se están construyendo al final de la Castellana aparece la cara de Jack Nicholson, mientras una voz en off señala que él es el rey de la ciudad. En primer plano aparece una casita de madera en la que suena un móvil. Se descuelga sólo y se oye a una niña gritando. Entonces aparece la polícia, y encuentran a Denzel Washington corriendo desesperado y despeinado (sí, despeinado, no preguntéis cómo). Lo detienen, es sospechoso de asesinato de sus hijas. Él escapa tirándose por el hueco de la escalera, y mientras cae ve un montón de niñas (ahora que lo pienso, eran blancas) que se supone que son sus hijas. Cuando cae al fondo, está sólo, y hay una trampilla en el suelo. Sabe (o lo sé yo como espectador) que bajo esa trampilla hay un sórdido y desagradable secreto, así que decide no abrirla. De repente cae una señora mayor que es su abuela (creo que era la abuela de Cosas de casa), y justo antes de tocar el suelo suelta una parrafada (los sueños tienen estas cosas) en la que explica que ella es la que guarda el mayor secreto, y que se liberará cuando muera. Dicho esto impacta contra el suelo y se deshace como la bruja del Mago de Oz, y salen un montón de moscas que atacan a Denzel Washington y hacen que comience a bajar su barra de energía (!!!!), así que decide abrir la trampilla, que ahora es una puerta en la pared. Dentro hay un ítem que parece el antídoto contra el veneno de las moscas, pero está protegido por unos tentáculos que le golpean y le quitan más vida. Antes de que se le agote la vida decido dejar de ver la película. De repente estoy en la ciudad de Dresde (en la que tampoco he estado nunca), y todo el mundo parece comentar una noticia que yo no conozco. Por más esfuerzos que hago, nadie me dice qué es lo que ha pasado. Empiezo a ver muchas flores en las puertas de las iglesias, y oigo por ahí que se ha muerto el papa Ratzinger. Entonces leo una pequeña noticia en la que se informa que también ha muerto Groucho Marx. Esto me produce una gran tristeza, y mientras todos hablan de la muerte del papa, yo voy pensando en la de Groucho Marx. Llego a una caravana en la que están viviendo (y de fiesta continua) todos mis antiguos compañeros de piso, y comentan animados que está muy bien esto de que el Papa se muera, porque así se interrumpe la programación de la tele y se crea la sensación de que pasa algo especial. Yo me muestro muy apenado, pero les digo que es por Groucho, y entonces dejan de hacerme caso.

Sonido del despertador.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Para acabar con el tema zombie

No quiero que este sea un blog monográfico, y menos sobre zombies, así que este va a ser de momento el último post sobre nuestros amigos tumefactos. Coincido plenamante en las valoraciones que ha hecho nuestro querido monje benedictino: el zombie es el monstruo más desvalido, por lo que nos puede generar una cierta ternura, el pobrecito. Además, no es el zombie, sino los zombies, porque son legión. Efectivamente, es el monstruo comunista, como bien ha señalado el hermano Julián. Pero la apreciación que más me ha llamado la atención, y la más acertada, es la de que el zombie es el monstruo que, sin duda, mejor se adapta a cualquier situación.

...qué grande es el zombie, con ese punto gótico, y que sin embargo sabe adaptarse a los tiempos mejor que el resto de monstruos. ¿os imagináis a Drácula en New York? Yo tampoco. ¿A los zombies? ¿Por qué no?

En esta cita el hermano Julián da muestras de su enorme sabiduría. Hagamos un experimento mental. Descoloquemos a los monstruos, clásicos o modernos, intercambiémoslos con el zombie tipo “La noche de los muertos vivientes”. ¿Cuál sería el resultado?

La oscura Transilvania de Stoker, plagada de superstición y misterio. Al filo de la media noche, bajo una luna pálida y verdosa, abandonados cementerios sajones son sacudidos por algún ritual blasfemo. Los muertos se levantan de sus tumbas, de las fosas comunes surgen los cadáveres de los desposeídos, de los viejos panteones salen tambaleándose aquellos que fueron en vida boyardos, portando yelmos oxidados y restos de suntuosos ropajes ya carcomidos, y el suelo de la antigua iglesia se resquebraja para dar paso a clérigos descompuestos envueltos en raídas túnicas. Los campesinos huyen, gritan, exhiben sus cruces esperando que su fe les salve. Pero van cayendo, y volviéndose a levantar para engrosar la legión... Sí, el zombie podría pegar aquí. Sin embargo, ¿el conde Drácula, con su afectación decimonónica y su glamourosa decadencia, acechando una casita del medio oeste americano en los años sesenta? No, creo que no.

La nieve comienza a caer en los Alpes, borrando los surcos que dejan los carruajes por el empedrado de la ciudad. Todo parece en calma, pero en un viejo caserón de gruesas paredes de piedra, el Doctor Frankenstein se agita frenético con un sueño en la cabeza: crear vida. Recientemente han desaparecido cadáveres del cementerio local. Un fuerte trueno restalla en los vientos helados. Un grito hiere la noche. Cuerpos tibios, aullantes y demacrados, traspasan por su propio pie las puertas del laboratorio, adentrándose en las callejuelas de la antigua villa gótica. Nuevos gritos, cada vez más fuertes, cada vez más desesperados. Frankenstein no puede oírlos, absorto en el dolor de su propia responsabilidad... Creo que el zombie también podría tener aquí su lugar. Pero, ¿el Doctor Frankenstein creando a su monstruo y ofendiendo a Dios... desde la cabaña del Tío Tom? (Sonido de banjo y ukelele) La respuesta es no.

Londres, la niebla se extiende por las húmedas calles del East End. Inglaterra es la dueña del mundo, pero en su mismo corazón palpitan los lugares más sórdidos del globo. Los lujos del Jubileo de Diamante de la Emperatriz Victoria no llegan hasta los niños desarrapados, los marineros violentos y las señoritas ajadas que pueblan los bajos fondos. Bajo el cielo rojo se yergue orgullosa la cúpula de la catedral de San Pablo, proyectando su sombra de falsa esperanza sobre las masas de desamparados. Algunos coches de caballos penetran en la noche, de día trasladan a ciudadanos respetables, a gentlemen auténticos. De noche, estos mismos caballeros se embozan y se internan en los vicios prohibidos que la sociedad victoriana sólo ofrece al caer el sol. El Támesis tiene un halo espectral. De sus orillas comienzan a salir, arrastrándose, cuerpos blanquecinos, hinchados, que se abalanzan sobre los borrachos y sobre las prostitutas desesperadas. Comienza un nuevo reinado, el del terror... Sí, el Londres victoriano es un buen lugar para los zombies. Pero, ¿Jack el Destripador asesinando a granjeros metodistas a ritmo de Elvis Presley? Sólo sería un asesino en serie más, para eso ya tenemos la matanza de Texas.

Podemos incluso rizar un poco más el rizo. Se ha perdido todo contacto con los colonos humanos del planetoide LV-426, por lo cual un grupo de marines ha sido enviado a investigar. Al llegar allí se encuentran con un escenario industrial y dantesco. Todo parece destruido, hay restos de sangre por todas partes, pero no hay ni rastro de los cadáveres de los colonos... hasta que estos atacan. Una larva alienígena infecta los cuerpos, transformándolos en seres depredadores y descerebrados, inmunes al dolor y guiados únicamente con el propósito de alimentarse y de infectar así a los humanos sanos. Los marines tendrán que enfrentarse a esta masa aullante y aterradora si quieren salir con vida, y de paso averiguar toda la verdad... Podría funcionar, ¿no? Peores argumentos nos han colado. Sin embargo, me es imposible imaginar al estilizado y letal Alien de H.R.Giger acechando en un granero de Kansas y estropeando el baile de fin de curso.

Podríamos seguir poniendo ejemplos. De las ancestrales arenas del país del Nilo podría levantarse una legión entera de muertos por los designios de Seth, pero me cuesta pensar a Imhotep despertando debajo de Colorado Springs. Tal vez al rabino Löw se le pudiera ir la mano con su magia cabalística, convirtiendo al antiguo cementerio judío en una fuente inagotable de muertos vivientes en el corazón de la Praga más gótica, pero no me imagino a la comunidad hebrea de Little River sacando a un Golem de la trastienda de su restaurante kosher. Tal vez el hombre-lobo sea algo más versátil, pero como es especie de zonas boscosas y de clima frío-templado, el zombie le sigue ganando por goleada, capaz de aparecer en medio de la selva haitiana, en perdidas cuencas mineras siberianas, entre los rascacielos de Shangai, o entre las ruinas polvorientas de Babilonia. El zombie no sólo es el monstruo comunista, también es el monstruo todoterreno.

Por eso os digo: ¡Larga (no)vida al Zombie!

martes, 11 de diciembre de 2007

Dos homenajes al Zombie (2): Dead Rising

Ahora voy a hablar de un videojuego, que para mí es el homenaje definitivo a nuestras amadas hordas de zombies. Nada de Resident Evil ni House of the Dead ni cosas por el estilo, no, no... Voy a hablar de Dead Rising. No creo que en este blog vaya a sacar mucho el tema de los videojuegos, y menos si son más o menos nuevos, pero es que este se lo merece. Argumento: Te encuentras en un centro comercial. No estás solo, estás acompañado por 53.000 zombies (el dato no es inventado). Sobrevive. Punto.

A mí los videojuegos sólo me gustan de dos clases: Con un buen argumento que me enganche (paradigma Zelda Ocarina of Time), o para pasar el rato haciendo el bestia hasta que me dé la gana, veinte horas o veinte minutos. Dead Rising es una muestra perfecta de esta segunda categoría.

Puedes hacer lo que quieras, rescatar a supervivientes o no, matar zombies o ir de tiendas a probarte ropa, cargarte a psicópatas o romper escaparates, lo que quieras. Como se supone que eres un fotógrafo, puedes dedicarte a hacer fotos a los zombies, ya sea comiendo gente o cayéndose por las escaleras. Cualquier objeto que puedas coger de las tiendas, lo puedes usar contra los zombies: Bates, bolas de bolos, palos de golf, sticks, macetas, taburetes, cajas registradoras, motosierras, hachas de seguridad, mazos, extintores, peluches, bancos, cubos, sartenes, palas, carritos, motos, coches, furgonetas, espadones, katanas, cuchillos, porras, escopetas, escaleras, paneles informativos, restos humanos, taladros, perforadoras, mesas, tásers, ametralladoras, pintura, maniquíes, tanques de propano, cajas de herramientas, hoces, cortacéspedes, bolsas, joyas, cd´s, latas de refresco, espadas láser de juguete, grapadoras, palas, pesas, botellas, harina, tijeras de podar, sombrillas, barras de acero, escobas, hachas vikingas, a los propios zombies...

Ni qué decir que es un juego muy gore, puedes empezar a desmembrar zombies con el cortacésped, o también puedes prepararles “putadillas” como ponerles disfraces y gorritos, quemarles la cara con la sartén, tirarles pintura y harina, dejarles aceite en el suelo para que se resbalen y patinen con esos andares tan suyos, o los puedes tirar a la máquina de hacer salchichas, que también es muy sano y divertido para toda la familia.

Es curioso, porque a base de apalear zombies les acabas cogiendo un enorme cariño, en serio. Este juego es un homenaje a todas las pelis de Romero, el gran gurú de los zombies, hasta el punto que ha tenido que salir al mercado con una nota aclaratoria en la que se indica que el juego no está basado en ninguna peli de Romero, para evitar problemas de derechos. Tal vez el mejor homenaje al espíritu de estas películas es que tus peores enemigos no son los zombies, sino los otros supervivientes, cada uno con su propia idea de sobrevivir, y cada cual más terriblemente zumbado que el anterior. Estos personajes harían la función de “jefes finales” (aunque como en este juego todo es libre, no tienes que enfrentarte a ellos si no quieres), y son una muestra de los estereotipos más paranoicos que pueblan estas gestas zombíficas: El veterano del Vietnam al que se le ha terminado de ir la olla y te intenta matar a machetazos al grito de “sucio comunista”, el paleto sureño atrincherado en la tienda de armas, el pequeño empresario que se aferra a su pequeño sueño americano y protegerá su supermercado de cualquier saqueador como tú, el payaso que se ha cansado de ser el que se llevaba los tartazos y se ha pasado a los malabarismos con motosierras, el maníaco sectario-religioso, los criminales convictos que han escapado y aprovechan la anarquía para divertirse bateando zombies y ancianos desde su coche, el policía que abusa de poder (en este caso una oronda policía lesbiana) e intenta violar a otras supervivientes, etcétera...
Pues eso, que se trata de un juego muy recomendable, que aprovecha la potencia de las consolas de nueva generación (en este caso la XBOX360, no sé si está para otras) no para hacer unos gráficos increíbles (aunque son buenos), sino para mover en pantalla a cientos de zombies (literalmente). Bueno, si algún día os pasáis por mi casa, pues nada, matamos unos zombies en alegre amistad.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Dos homenajes al Zombie (1): Shaun of the Dead

- ¿Estás pensando lo mismo que yo?
- Sí... ¡¡Vaya pedo lleva!!

Vaya por delante que a mi no me gustan especialmente las películas de zombies, pero hay una excepción notable: Shaun of the Dead, traducida al castellano por algún lumbreras como “Zombie´s party”. Es una película costumbrista y amable sobre la clase media británica, con tintes de comedia romántica, con el pequeño detalle de que está ambientada en medio de... una invasión de zombies. Se trata de una parodia principalmente de “El amanecer de los muertos” (Dawn of the dead, de ahí el título de la película), pero no una parodia al estilo Scary Movie, sino que, en vez de basar su humor en la exageración, en el absurdo y en la risa forzada, lleva los tópicos de los zombies al terreno cotidiano con un humor muy negro y muy británico. Toda la película tiene grandes puntazos, aunque destaca sin duda alguna la “clase de interpretación zombie” o los diálogos de los protagonistas en torno a su Pub predilecto, que se erige en el fortín ideal desde el que dirigir una resistencia contra la marea zombie al tiempo que permite degustar unas buenas birras. En fin, si no la habéis visto, estáis tardando. Para los que sí la habéis visto, aquí tenéis una selección de curiosidades referentes a la película que os harán tener ganas de volverla a ver.


La nueva hornada zombie

La última generación de zombies vendría a través de la influencia de Resident Evil, videojuego que no necesita presentación, y que daría el salto a la gran pantalla en 2002 convirtiéndose en un título de referencia para los seguidores de los zombies cinematográficos (aunque a mi me parece una porquería de película, pero eso ya es aparte). También en 2002 aparecería “28 días después”, con lo que podemos considerar este año como el punto de arranque de un concepto ligeramente diferente de zombie. Ahora el zombie no es exactamente un muerto que emerge pútrido desde su sepulcro, sino que es un humano enfermo que al morder extiende la plaga a sus congéneres. De esta forma, se sustituye el concepto de “horda” por el de “plaga”, el verdadero enemigo es invisible, es el virus que utiliza a los zombies como meros vehículos de transmisión. Esta nueva generación de zombies nacidos al amparo del bioarmamento se puede permitir nuevas licencias, como zombies más rápidos y letales, en lugar del clásico y torpón muerto tambaleándose y emitiendo lamentos. Además, como no son exactamente cadáveres, son más fáciles de eliminar, y por lo general basta con causarles un traumatismo que afecte a su sistema nervioso, como un disparo en la cabeza o un fuerte golpe en la sien, en la nuca o en la espina dorsal. Estos nuevos zombies ya no vienen de los cementerios sino de los laboratorios, con lo que a mi entender pierden un poco de ese glamour gótico y sepulcral, ese aire a moho y a decrepitud, ese asomarse al abismo tremendo y romántico. En cualquier caso, los zombies, con cambios o sin ellos, siempre estarán ahí. ¿Por qué? De nuevo, acudo a la sabiduría de La Polla Records:

No podéis hacer nada contra mí,
queréis anularme pero yo estoy muerto,
y sabéis que un muerto
no puede morir,
¿ahora qué?
¿Ahora qué?
¿Ahora qué me váis a hacer?

Los muertos se levantan de sus tumbas


Las películas de zombies continuaron siendo de tipo “zombie haitiano” hasta la irrupción, en 1968, de “La noche de los muertos vivientes”, de Romero. Aunque con anterioridad ya había aparecido la idea de los muertos que se levantan de sus tumbas, por ejemplo de la mano de Ed Wood, esta película supone el punto de inflexión del “movimiento zombie”, que abandona el canon vudú para pasar a ser una auto-exhumada horda de muertos vivientes espontánea, carente ya de villanos maquiavélicos que la teledirijan. Esta reinvención del género siempre sitúa la acción en torno a un pequeño grupo de supervivientes que se defiende como puede del asedio de los muertos, aunque al final siempre el mayor enemigo es el propio ser humano, y los supervivientes suelen enzarzarse entre sí en luchas internas que suelen servir únicamente para aumentar el número de zombies. La causa que lleva a los muertos a levantarse de su sueño eterno suele ser bastante irrelevante.

Esta segunda etapa representa el cúlmen del zombie como muerto viviente, semidescompuesto, imbuido del hedor de la tumba. El género hace hincapié en la condición de los zombies como muertos de hecho y de derecho, cayendo y volviéndose a levantar, teniendo que ser drásticamente eliminados mediante formas altamente destructivas, como la trituración o la incineración. Debido en parte a la influencia de “La matanza de Texas” la estética feísta y de serie Z se adueña del género. Si tuviéramos que marcar la película con la que esta etapa culmina podríamos señalar Braindead (1991) de Peter Jackson, en la que los zombies, mezclando gore y comedia a partes iguales, se empeñan en no morir por muchas salvajadas que se les hagan, y son destrozados hasta la saciedad para ser eliminados. Esta película también tiene el mejor origen para explicar la procedencia de los zombies. Las ratas empezaron a violar monos, y de esta unión surge una nueve especie que desencadena la plaga de zombies, con el epicentro situado en la madre del protagonista ("tu madre se ha comido a mi perro").


Y no podemos dejar de señalar otro evento que contribuyó a elevar a los zombies a la categoría de icono pop. El videoclip de Michael Jackson, "Thriller", de 1982, dotó a nuestros queridos y pútridos amigos de un baile propio.

Esta tipología de zombie ha quedado perpetuada en el imaginario fantástico, y no es raro que que estos muertos vivientes protagonicen, o más bien antagonicen, aventuras en juegos de rol como "Cazador" o el legendario juego de mesa "HeroQuest". También son populares las hordas de zombies en wargames como Warhammer, que recogen todas las características del zombie (reflejados en su regla especial "descerebrados", por ejemplo). También es en esta época cuando echa raíces la iconografía heavy, encabezada por el zombie más famoso de la historia, Edward T. Hunter, más conocido como Eddie, buque insignia de los enormes Iron Maiden. Ni que decir que este es el tipo de zombie que a la mayoría de nosotros nos viene a la cabeza en cuanto oímos hablar de muertos vivientes.

Cuando el zombie era un zombie.

El zombie es, sin lugar a dudas, un ser cinematográfico. A este medio le debe toda su popularidad, y por tanto para rastrear la evolución del zombie rastrearemos la evolución del séptimo arte.

En sus orígenes, el zombie era un zombie. Esto puede ser una perogrullada, pero me refiero a que era un zombie estricto, un humano sin voluntad y sometido a las órdenes de su por lo general pérfido amo. Aunque los culturetas tipo Garci y sus contertulios suelen insistir en que el género se inicia con “Yo anduve con un zombie” (1940), de Tourneur, tanto Julián el benedictino como yo mismo sabemos que no es así. El primer zombie cinematográfico se encuentra ya en la primera película de terror de la Historia, y es, con todos los honores, el pobre Cesare, de El gabinete del Doctor Caligari (1920).
Cesare era el desafortunado joven al cual el siniestro Doctor Caligari había anulado la voluntad, sumiéndolo en un estado de hipnosis permanente, y empleándolo para perpetrar horribles crímenes. Década y pico después llegamos ya al clásico “La Legión de los Hombres sin Alma” (aka White Zombie, 1932), en la que el grandísimo Bela Lugosi da vida a Legendre, el inquietante señor de toda una corte de zombies creados mediante rituales vudú, iniciando al gran público en la temática zombie. Este género lo consolidará el antes citado Tourneur con “Yo anduve con un zombie”.

Como hemos podido ver, esta es la primera etapa de los zombies, en la que todavía no eran muertos vivientes sino zombies estrictos a la usanza haitiana. Podemos considerar como la última película de esta etapa a "La plaga de los zombies" (1967), de la Hammer.

¿Qué es un Zombie?

¿Qué es un zombie? ¿Es lo mismo que un muerto viviente? Parece que se pueden usar indiscriminadamente ambos términos, pero esto no es así. Ni todos los zombies son muertos vivientes, ni todos los muertos vivientes son zombies.

En primer lugar, los zombies, en el uso estricto estrictísimo de la palabra, no son realmente muertos vivientes, porque no son muertos, son humanos vivos pero reducidos, preferiblemente mediante magia vudú, a un estado semicatatónico que les convierte en seres desprovistos de voluntad. En un sentido más amplio, el término “zombie” se hace extensivo a los muertos que vuelven a la vida. Pero cuidado, sólo bajo unas condiciones determinadas. Por ejemplo, el zombie ha de ser un muerto más o menos reciente, y ha de conservar restos de carne, aunque ésta puede estar ya putrefacta. Tiene que tener un característico movimiento tambaleante acompañado de arrastramiento de los pies. No puede procesar ideas complicadas, ni tener una voluntad propia que vaya más allá de lo instintivo. Y por supuesto, el buen zombie se alimenta de carne humana, pero nunca si proviene de otro zombie, aunque este sea el muerto más reciente del barrio. Esto puede ser debido a una especie de conciencia racial zombie, o yo que sé.

Por eso no podemos equiparar automáticamente zombie y muerto viviente (o “no-muerto”, tomado literalmente del inglés “undead”), ya que la categoría de muertos vivientes es más amplia, abarcando seres como los esqueletos vivientes, los “retornados” tipo Freddy Kruger o Spawn, las momias, los vampiros, y algunos espectros con corporeidad fuerte (esto último no sólo es una parida, sino que además es discutible). El monstruo de Frankenstein no es considerado muerto viviente, ya que no es estrictamente un muerto sino un re-vivo (ídem con el anterior paréntesis).

Dicho esto, pasaremos a analizar muy superficialmente la evolución del Zombie a lo largo del pasado Siglo XX, para lo cual daremos un salto en el tiempo y en la pantalla hasta el siguiente post.

¡¡Vivan los muertos vivientes!!

¿Qué haríamos sin ellos? Entrañables seres que arrastran los pies hacia ti con el saludable propósito de devorar tu carne, preferiblemente tu cerebro. Son ellos, los Zombies, unos bichos que me han atraído desde que era pequeñito. Siempre estaba dibujando zombies, me gustaba inventar para cada uno una muerte distinta, así uno estaba carbonizado, otro cortado por la mitad, o atravesado por una bala de cañón, incluso recuerdo otro zombie consistente en una cabeza arrancada que avanzaba empleando los músculos desgarrados de su cuello a modo de tentáculos. Estos dibujos por lo general acababan desapareciendo, supongo que mis padres los escondían para que no los viera mi hermano pequeño. También recuerdo haber ido disfrazado de zombie al colegio en al menos dos carnavales. En una de ellas fui la sensación (estamos hablando de cuarto de EGB, creo) ya que llevaba una venda alrededor de la cabeza que me tapaba un ojo, y que estaba atravesada por un cuchillo de cartón y papel de aluminio, con un auténtico ojo de cristal pegado en la punta, que me había dado una tía mía que trabaja en una óptica. Todo ello lleno de pintura roja y mercromina. Recuerdo que tuve que insistir para que mi madre me dejara pegarle al ojo de cristal hilos rojos colgando que simularan nervios ópticos arrancados. Jo, ahora que lo pienso, un poco truculento sí que era.

Lo curioso de todo es que nunca he visto una película de zombies hasta que ya era muy mayor. En realidad, mis referencias eran “zombies” que salían en cómics de Mortadelo (supongo que en el Pesadillaaaa...), los del HeroQuest, los del Castlevania, los de la escena del cementerio de El secreto de la pirámide, los esqueletos de Simbad, alguno que salía en Cazafantasmas, y los muertos que salían en las pelis de Indiana Jones, sobre todo en la de En busca del Arca Perdida, y también en el final de La última cruzada, cuando Donovan bebe de donde no debía...

Este puente he recordado mi afición infantil por los zombies, la cual curiosamente ha ido desapareciendo según he ido viendo películas de zombies propiamente dichas, que lo cierto es que no me hacen mucha gracia. En cualquier caso, he decidido inaugurar una serie de posts para homenajear como se merece a este ser de ultratumba que mereció mis más sinceros cariños infantiles.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Generación

Aquí rescato otro clásico proveniente de "Los Niños de Colonia", por petición popular.

Ya todos somos mayores. Ya es mayor nuestra generación, ni perdida ni encontrada, nacida mientras el cuerpo del dictador ya llevaba unos añitos frío. Una generación en la que se pusieron esperanzas e ilusiones, una generación nacida en libertad. Íbamos a ser la generación del futuro, de los viajes espaciales, de mundos artificiales, hijos de la Era de la Información, vecinos todos en una aldea global. Nos han puesto en las manos herramientas del futuro, pero las ponemos al servicio del pasado, de la nostalgia, recordando tardes de dibujos animados, nocilla y mercromina, de cuadernillos Rubio y de gameboys grises compartidas. ¿Quién no ha leído ese famoso e-mail sobre los nacidos a principios de los ochenta? Tiene parte de razón, aunque toda generación ha creído indefectiblemente que los que venían detrás eran más tontos. Quedémonos con lo bueno, con lo cierto, y con lo triste, con lo que se dice y, sobre todo, con lo que no se dice.

Es verdad, fuimos aquellos niños maravillados por pantallas de colores, en las que gastabas un tesoro de veinticinco pesetas por tres vidas, sabiendo que, si morías, verías un Game Over seguido de un Insert Coin. Los últimos niños que jugaron en parques de cemento y de metal, porque fuimos los primeros en encontrarnos allí las jeringuillas que mataron a nuestros hermanos mayores. Las guerras eran algo que sólo ocurría en el pasado y en el Golfo, pero las que nos gustaban ocurrían en galaxias lejanas, muy, muy lejanas, en las que las linternas se convertían, manejadas con valentía, en espadas láser. Y sabemos lo que significa perder un tazo de manera injusta, y, de hecho, no teníamos dudas de lo que era una injusticia.

Y, digan lo que digan, la inocencia de nuestra generación no se perdió con el primer porro, ni con el primer kalimotxo. No se perdió el día del primer beso, ni el día de la primera vez de los más precoces... No.

Nuestra inocencia se perdió cuando nos hicieron creer que el camino estaba hecho, que éramos los últimos invitados a esta fiesta, y que no había que preocuparse de nada. Todo iba a ser regalado, y los problemas de las noticias estaban muy lejos del sofá. ¿Y no era ese el objetivo de los que tanto se esforzaron por nosotros? ¿Garantizarnos un mundo perfecto, seguro, cómodo, de frigoríficos rebosantes y mesas servidas?

Fuimos los primeros que lo tuvimos todo, pero los últimos a los que nos lo han recordado.

Nos dicen que hemos de estar agradecidos. No tengo ninguna duda de que su intención era buena. Supongo que eso es lo que cuenta. Gracias a todos mis mayores, porque en su lugar yo hubiera cometido sus mismos errores.

Tal vez este agradecimiento no sea más que una forma de expíarme a mí mismo ante el futuro, esperando ser perdonado por los nuevos errores que sí voy a cometer.

Historias para no dormir: Absolut Zombie

He rescatado un clásico procedente de "Los Niños de Colonia". Sobre el filo de la medianoche, permítanme pervertir un poco a nuestro querido idealismo alemán. La cabeza bien, gracias.

Dicen que han visto un zombie deambulando por las calles de Berlín. La mayoría de las descripciones coinciden en atribuirle cabellos lacios de un color gris oscuro, patillas decimonónicas y una mirada más que fría, glacial. Parece que arrastra una pesada bata parduzca y raída, con las solapas forradas con piel de visón. Su rostro es impenetrable, con un permanente gesto adusto, bolsas bajo sus ojos de hielo, y una sensación de decrepitud, de envejecimiento prematuro. Sus manos son fuertes, ásperas, y exhiben un callo en el dedo corazón derecho que evidencia una vida entera escribiendo sobre manuscritos ya amarilleados, surcados por los trazos rápidos y meticulosos de una vieja pluma negra. Es una figura con una presencia imponente, no muy alta pero bastante corpulenta. Como todo buen zombie, este avanza con paso mecánico, impersonal, aunque cabe preguntarse si, en vida, hubiera sido diferente este cadáver que hoy nos ocupa. El caso de este extraño muerto viviente con porte de añejo funcionario prusiano ha despertado un gran interés, de tal forma que el gobierno municipal ha emitido una ordenanza por la que se conmina a los buenos ciudadanos berlineses a alertar con rapidez a las autoridades en el caso de avistar el cuerpo errante. Yo personalmente me encuentro fascinado por este extravagante asunto, y pienso dar con el zombie antes que la policía. Un contacto dentro de la comisaría, echando por tierra la mejor tradición de incorruptibilidad germana, me va a pasar el chivatazo en cuento se sepa algo del paradero del no-muerto. Mis queridos lectores, les mantendré informados.

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Dios mío, oh Dios mío. Casi no puedo escribir. No puedo controlar el temblor de mi mano. Creo que se ha ido, sí, se ha ido. Todavía queda su olor, es inaguantable, es como aspirar un kilo de polvo en cada bocanada de aire. Lo encontré, estaba cubierto por la nieve, con la espalda apoyada en el muro de una pequeña iglesia luterana, cerca de Chausseestrasse. Por alguna razón no se resistió, lo cargué como pude, lo
traje aquí, a casa. Oh Dios, cómo puedo ser tan insensato. Ese tacto, esa sensación de humedad enclaustrada durante dos siglos... Ahí lo dejé, en el sofá. Estaba inanimado, frío y pálido, como el mismo día que respiró por última vez. Fui a lavarme las manos, me sentía sucio y asqueado. Una vez limpio, ya preparado, me dispuse mentalmente para examinar el extraño cuerpo. Pero nada podía haberme preparado para lo que sucedió entonces. Distraído, salí del baño, y me lo encontré. De frente, cara a cara, allí estaba él, de pie, hubiera sentido su aliento en mi piel si lo hubiera tenido. A un palmo de su rostro, me quedé inmóvil con la vista fija en esos ojos inhumanos, insondables, eternos. Me asomé al abismo de su gélida mirada. Y lo vi. Pude verlo, mi mente se precipitó por el vacío al que daban los ojos de aquel ser, y me encontré a mi mismo contemplando todo lo que ha sido, es, y será, como una espada atravesando los últimos restos de mi cordura. No sé si fue un segundo o un milenio, pero mi mente no lo aguantó. Nadie podría haberlo aguantado, pero me recorre un escalofrío cuando me doy cuenta de que al menos una persona en la Historia sí lo aguantó, y ahora paga las consecuencias. Nadie queda impune tras contemplar el Absoluto.